miércoles, 20 de marzo de 2013

¡Quien supiera escribir!

I

     ─ Escribidme una carta, señor cura.
        ─ Ya sé para quién es.
─ ¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
    Nos visteis juntos Pues.

─ Perdonad; mas... ─ No extraño ese tropiezo.
        La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:
        Mi querido Ramón:
─ ¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habeís puesto...
        ─ Si no queréis... ─ ¡Sí, sí!
¡Que triste estoy! ¿No ese eso? ─ Por supuesto
     ─ ¡Qué triste estoy sin tí!

     Una congoja, al empezar, me viene...
        ─ ¿Cómo sabéis mi mal?
─ Para un viejo una niña siempre tiene.
        El pecho de cristal.

     ¿Qué es sin tí mi mundo? Un valle de amargura
        ¿Y contigo? Un edén.
─ Haced la letra clara, señor cura;
        Que lo entienda eso bien.

     ─ El beso aquél que de marchar a punto
Te dí... ─ ¿Como sabéis?...
─ Cuando se va y se viene y se está junto.
        Siempre... no os afrentéis...
     Y si volver tu afecto no procura,
        Tanto me harás sufrir...
─ ¿Sufrir y nada más? No, señor, cura,
        ¡Que me voy a morir!

     ─ ¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?...
        ─ Pues, si, señor,; ¡morir!
─ Yo no pongo morir. ─ ¡Qué hombre de hielo!
        ¡Quién supiera escribir!

II

     ¡Señor rector, señor rector! en vano
        Me queréis complacer,
Si no encarnan los signos de la mano
        Todo el ser de mi ser.

     Escribidle, por Dios, que el alma mía
        Ya en mi no quiere estar;
Que la pena no me ahoga cada día...
        Porque puedo llorar.

     Que mis labios, las rosas de su aliento.
        No se saben abrir;
Que olvidan de la risa el movimiento
        A fuerza de sentir.

     Que mis ojos, que él tiene por tan bellos
        Cargados con mi afán,
Como no tienen quien se mire en ellos,
        Cerrados siempre están.

     Que es, de cuantos tormentos he sufrido,
        La ausencia el más atroz;
Que es un perpetuo sueño de mi oído
        El eco de su voz...

     Que siendo por su causa, ¡el alma mía
        Goza tanto en sufrir!...
Dios mío ¡cuántas cosas le diría
        Si supiera escribir!...

III

Epílogo

     ─ Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:
        A don Ramón... En fin,
Que es inútil saber para esto arguyo
        Ni el griego ni el latín.

        

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