Me
negarás impunemente
antes
de que caigan todas las hojas del otoño.
Traicionarás
toda promesa,
vendrán
tormentas,
se
levantará la arena furiosa
en
una danza iracunda y desmedida.
Se
desgarrará el ocaso con la roja sangre de mi herida,
no
llorará el sauce,
no
reverdecerá la tundra,
no
vendrán ni el perdón ni la lujuria,
sólo
distancia solemne, olvido y lejanía.
Harán
silencio las aves de pura pena
al
verme padecer en letanía,
se
acabará la gloria de toda caricia,
se
detendrán relojes,
se
acabará el milagro de la fe y de la alegría.
No
alzaré mi copa que ahora está vacía,
me
mantendré atrapada entre el sueño y la vigilia,
ni
allá, ni acá,
ya
no seré,
ya
no vendrás,
ya
no estaré.
El
fuego de mis ojos será ceniza,
esparcida
en la agonía de los días,
que
lentamente mueren como muero en la verdad
y
como muero en la mentira.
Jamás
tus labios pronuncien mi nombre,
jamás
te bendiga Dios con el recuerdo de mi risa,
que
la hecatombe borre todo,
todo
cuánto de mi has robado,
todo
lo que dulcemente te hubiese regalado,
todo
cuanto nos diera vida
y todo aquello que la
vida nos debía.
Cristal Albornoz Palomares
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